El documental de Dianna Dilworth, Mellodrama. The Mellotron Movie (2010). |
Hubo un tiempo, antes de que aparecieran los primeros teclados de cuerdas analógicas que simulaban 'ensembles' de violines, chelos o violas, y más tarde los primeros sintetizadores digitales y 'samplers', en el que la única forma de obtener sonidos acústicos a través de un teclado, sólo era posible mediante un ingenio electromecánico que reproducía cintas magnéticas con grabaciones de instrumentos reales.
Probablemente la historia de la música pop-rock del último tercio del siglo XX no habría sido la misma sin la existencia de un instrumento mítico como el Mellotron y su progenitor estadounidense, el Chamberlin. Casi cualquier álbum de rock sinfónico y progresivo, pop, o música electrónica de los que se crearon en los años 60 y 70 era habitual que incluyera los sonidos de un Mellotron.
Aunque el sonido del Chamberlin era más fiel a los instrumentos originales, la ambición de su creador, Harry Chamberlin, de dedicarlo en exclusiva al ocio doméstico, dejaría a su invención un tanto relegada en los libros de historia. Por contra, el Mellotron, cuyas cintas estaban peor grabadas pero dotadas de un sonido low-fi con vida propia que recordaba al de una película antigua, disfrutaría de su apogeo durante los años 60 y 70, convirtiéndose en poco más de quince años en un icono cultural, un instrumento que definiría el sonido de toda una época.
Ciertamente, el carácter propio y definido del sonido del Mellotron unido al imaginativo uso que los músicos hicieron de él dio lugar a varios discos míticos que encumbraron el instrumento. Desde el célebre sonido de flauta del inicio de "Strawberry Fields Forever" de The Beatles, pasando por las arrebatadoras cuerdas de "Nights In White Satin" de The Moody Blues, o la intro de "Watcher Of The Skies" de Genesis, el Mellotron puso a disposición de los músicos los recursos sonoros que podía ofrecer una big band o una orquesta además de otros instrumentos acústicos y efectos sonoros a un coste relativamente razonable y con un nivel de calidad aceptable para los estándares de entonces.
La historia del Chamberlin/Mellotron -como la de tantos otros instrumentos de naturaleza electrónica-, ha estado rodeada desde siempre de un cierto halo de misterio, sustentada a menudo en datos poco precisos y presidida en general por un gran desconocimiento. Tras su exitoso pase por algunos de los más prestigiosos festivales de cine documental a lo largo de 2009, el documental Mellodrama: The Mellotron Movie (Bazillion Points, 2010), dirigido por Dianna Dilworth, se configura como una inmejorable fuente de información para conocer la evolución de estos instrumentos así como su devenir histórico por boca de algunos de los músicos que jugaron un papel clave en la popularización de los mismos.
Entre los artistas participantes se encuentran, entre otros, Mike Pinder de The Moody Blues, Brian Wilson de The Beach Boys, Ian McDonald de King Crimson, Tony Banks de Genesis, Claudio Simonetti de Goblin, Patrick Moraz o Matthew Sweet, mientras Brian Kehew de The Moog Cookbook ejerce como eje conductor de algunos de los pasajes del documental y como autor de la banda sonora junto a Mattias Olsson. Asimismo, bandas de heavy metal y prog metal como Änglagård, Opeth o Bigelf, representan a los valedores del instrumento entre las nuevas generaciones de músicos.
Mellodrama: The Mellotron Movie está dividido en ocho partes en este orden: "Tape", "Chamberlin", "Mellotron", "The Rise", "The Musicians Union", "The Fall", "The Rebirth" y "The New Mellotron". El documental, a lo largo de sus ochenta minutos de duración, no incluye una voz en off que narre los acontecimientos, sino que son los propios músicos y expertos los que a través de sus testimonios van comentando distintos aspectos de la idiosincrasia de estos instrumentos, al tiempo que se intercalan abundantes imágenes de archivo así como algunas explicaciones sobre el funcionamiento técnico de los mismos.
La primera parte, muy breve, titulada "Tape", trata cómo los avances tecnológicos producidos durante la Segunda Guerra Mundial con la cinta magnética y los magnetófonos, desarrollados por la firma alemana AEG, llegarían a popularizarse durante la posguerra primero entre los músicos, y más tarde, ya en los años 50 y 60 entrarían en los hogares de las clases medias estadounidenses en forma de equipos magnetofónicos para el ocio familiar.
Acto seguido la segunda parte, titulada "Chamberlin", realiza un rápido repaso a la biografía de Harry Chamberlin, un organista e inventor nacido en Iowa que desarrolló su actividad profesional a lo largo de varios estados del Medio Oeste en profesiones que iban desde la instalación de equipos de calefacción en Illinois, al aislamiento para edificios en Wisconsin y que durante la Segunda Guerra Mundial había colaborado en el diseño eléctrico de la fortaleza volante Boeing B-29 Superfortress en Wichita, Kansas.
Sin embargo en 1949 después de adquirir un órgano y un magnetófono para enviarle grabaciones musicales a sus padres, que vivían en California, se le ocurrió la idea de utilizar un teclado para interpretar el sonido de diversos instrumentos acústicos. Poco después la familia Chamberlin trasladó su residencia al Estado Dorado donde Harry continuaría pergeñando los primeros prototipos de su instrumento con la ayuda de su hijo Richard.
Estos primeros instrumentos de naturaleza electromecánica, en esencia prototipos, se basaban en la emulación de sonidos de distintos instrumentos de orquesta y ritmos grabados en cinta magnetofónica reproducibles mediante un teclado y limitados a ocho segundos de tiempo máximo de pulsación. Para tal fin Chamberlin había utilizado a integrantes de la Lawrence Welk Orchestra que acompañaba al músico y presentador televisivo que le daba nombre en el programa de variedades The Lawrence Welk Show. No obstante, el mecanismo de reproducción presentaba numerosos problemas de fiabilidad y los instrumentos no estaban diseñados para ser transportados. La estrategia comercial de la venta directa a través de tiendas de instrumentos musicales se fue extendiendo a la participación de Chamberlin en ferias estatales del sector en donde los instrumentos comenzaron a despertar el interés del público en forma de numerosos pedidos a la vez que aumentaban los recelos de los fabricantes de órganos.
Lo que hasta entonces había sido un hobby a tiempo parcial, no podía hacer frente a decenas de pedidos, y viendo el éxito de su propuesta, lo que había empezado como un apasionado trabajo en el garaje de su hogar terminaría por convertirse en un negocio. En 1956 Harry Chamberlin fundaría la Chamberlin Instrument Company en Upland, California, con la idea en mente de crear un órgano para el ocio doméstico, como ya había sucedido en el pasado con varios instrumentos anteriores, entre ellos el célebre órgano Hammond. A pesar de que los instrumentos presentaban carencias y problemas técnicos, en 1961 la compañía presentó su Chamberlin Model 600 en la convención del NAMM de Chicago.
Sin embargo, en 1962 Bill Franson, el representante de ventas de la firma, viendo las grandes posibilidades del instrumento se llevó dos unidades al Reino Unido con la intención de que alguna empresa quisiera reproducir la idea de Harry Chamberlin con métodos de fabricación profesionales. Con este hecho, que cambiaría para siempre la vida de tres hermanos, Norman, Frank y Leslie Bradley, que habían fundado ese mismo año una empresa que fabricaba cabezales llamada Bradmatics Manufacturing Ltd. (en 1970 cambiaría su nombre por Streetly Electronics), en Birmingham, se inicia la tercera parte del documental, "Mellotron". Franson presentó los instrumentos como propios a los hermanos Bradley que vieron un gran potencial en la idea y se asociaron con él para fundar la compañía subsidiaria Mellotronics Ltd. en 1963, que se encargaría de la fabricación del Mellotron y por medio de IBC Studios de la grabación de las cintas magnéticas con los diferentes instrumentos.
En este capítulo se establece una rápida comparativa entre modelos equivalentes de ambas firmas, el Chamberlin Model 600 de 1962 y el Mellotron Mk II de 1964, que era el que Franson se había llevado consigo a Reino Unido, pasando por alto el Mellotron Mk I, que era una réplica casi exacta del instrumento estadounidense. Con un precio de mil libras de la época (unas 14.000 libras en la actualidad), el modelo Mk II, con dos teclados separados de 35 teclas (el de la izquierda para ritmos y el de la derecha para instrumentos), llegaría a ser popular entre las élites y personajes famosos como el actor Peter Sellers, el Rey Hussein de Jordania o el promotor de la cienciología, L. Ron Hubbard, que en ningún caso padecían penurias económicas y se cuentan en su lista de propietarios ilustres.
En 1965 los distribuidores del Mellotron en Estados Unidos contactaron con Harry Chamberlin que se dio cuenta de que alguien estaba comercializando su idea con otro nombre en el Reino Unido. Tras diversas negociaciones ambas firmas llegaron a un acuerdo legal según el cual Chamberlin comercializaría su instrumento en Estados Unidos y los hermanos Bradley harían lo propio con el Mellotron en Europa, además de pagarle un canon, si bien el acuerdo expiraría a finales de la década y nuevamente el instrumento británico estaría disponible en Norteamérica.
En cualquier caso el objetivo inicial de ambos fabricantes de convertir el instrumento en el elemento central del ocio en el hogar jamás se cumpliría. Los Chamberlin/Mellotron eran instrumentos demasiado caros para el músico amateur, pesados, poco fiables y costosos de mantener. Sin embargo, la fortuna llamaría a la puerta de los hermanos Bradley gracias a los grupos de rock de los años 60. The Moody Blues, The Beatles, The Zombies, The Rolling Stones o The Kinks serían algunos de los usuarios célebres del instrumento en grabaciones míticas como Magical Mystery Tour (1967), The Beatles "White Album" (1968), Days Of Future Passed (1967), Their Satanic Majesties Request (1967), y un larguísimo etcétera, que le darían un formidable pedigrí.
Pero serían los grupos de rock sinfónico y progresivo a caballo entre los años 60 y 70 los que le darían un uso masivo al instrumento, que en el documental supone la cuarta parte; "The Rise". Genesis, Yes, King Crimson, Gentle Giant, Jethro Tull, Pink Floyd, Van der Graaf Generator, PFM, Camel o Uriah Heep se cuentan entre la miríada de bandas que lo utilizaron. Por consiguiente, la omnipresencia del instrumento en grabaciones discográficas y en concierto se extendió a toda la música con vocación innovadora realizada en esa década, desde el glam rock o el heavy metal pasando por la música electrónica o los primeros coletazos de la new wave, aunque también el Mellotron se hizo un hueco en centenares de álbumes de pop y rock de toda índole.
El instrumento que definiría ese período sería el popular Mellotron M400 de 1970, del que se venderían alrededor de mil ochocientas unidades, y que se compara en el documental con el Chamberlin M1 del mismo año y con unas ventas de alrededor de ciento treinta ejemplares a lo largo de once años.
El tema económico siempre ha sido un aspecto clave a la hora de grabar un disco y el hecho de disponer de un instrumento de teclado con un precio más o menos asequible y con una amplia paleta sonora capaz de reproducir muchos de los timbres de una orquesta, suponía sin duda una ventaja frente a las siempre costosas sesiones de grabación de una agrupación orquestal y por consiguiente el Chamberlin y el Mellotron eran susceptibles de quitarle el puesto de trabajo a un músico de carne y hueso.
Ése era el principal caballo de batalla de "The Musicians' Union", que constituye una quinta parte muy breve, dedicada a la polémica suscitada con el sindicato de músicos británico que pretendía detener la producción del instrumento bajo el argumento de que eliminaría puestos de trabajo en el sector y pretendían que los artistas que lo utilizaran en grabaciones y en concierto pagaran una cantidad por la no contratación de un músico. No obstante, el sindicato no tardaría en darse cuenta de que ni las flautas de Mellotron sonaban como tales, ni los coros, ni la orquesta, ni el resto de los instrumentos.
Al calor del éxito del Mellotron nacieron en los años 70 varios instrumentos con una filosofía similar, como fueron el Birotron, instrumento en parte financiado por el teclista Rick Wakeman, que usaba cartuchos de ocho pistas y del que se fabricaron no más de quince unidades. También estaba el Musitron, que era un Clavioline modificado por el músico Max Crook, y los Optigan/Orchestron, que funcionaban a partir de discos ópticos en lugar de cinta magnetofónica y que no tenían la limitación de ocho segundos en la pulsación de las teclas dado que los sonidos se configuraban como 'loops'. No obstante, ninguno de ellos llegó demasiado lejos.
Hacia el final de la década de los 70, con la aparición de los sintetizadores polifónicos con espectaculares 'presets' y más todavía con la irrupción en el mercado de los primeros 'samplers' y sintetizadores digitales, el Mellotron tenía las horas contadas, punto que marca la sexta parte titulada "The Fall". Los músicos, cansados de los problemas de fiabilidad, quedaron deslumbrados ante la nueva tecnología y no tardarían en sustituir en sus equipos los pesados y engorrosos teclados electromecánicos por los más modernos sintetizadores y muestreadores. Este hecho sería el causante del cierre en 1981 de Chamberlin y en 1986 de Streetly Electronics en el Reino Unido.
Sin embargo en los años 90, a la par del renacimiento de los sintetizadores analógicos, comenzó a producirse un renacimiento, "The Rebirth" como lo denominan en el séptimo segmento del documental. El Mellotron se había convertido en un rara avis, una especie en peligro de extinción, y aquellos músicos que deseaban utilizarlo debían remover cielo y tierra para localizar uno. Por fortuna, toda una nueva generación de bandas de rock como Pearl Jam, Oasis, Red Hot Chili Peppers, REM o Pulp y decenas de grupos más empezaron a incluirlo en sus grabaciones y directos, convirtiéndose en nuevos defensores de su sonido único.
Por último, la octava parte titulada "The New Mellotron" comenta la compra en 1991 del inventario de Streetly Electronics por parte de Mellotron Archives, que adoptará la marca Mellotron en 1997 y regresará a la producción con el modelo Mk VI en 1999, al que seguirían el Mk VII en 2005 y el M4000D, una versión digital producida en 2010. Por su parte Streetly Electronics volvería al negocio restaurando instrumentos antiguos y produciendo una nueva versión del clásico M400 llamada M4000 en 2008.
Un punto importante de este capítulo es el tema de los 'samples' de Mellotron de firmas como la sueca Clavia, o GForce Software con su M-Tron virtual, que a día de hoy son objeto de debate en la comunidad de 'mellotronistas'. Algunos músicos que aparecen en el documental consideran que son un excelente sustitutivo del instrumento original sin ninguno de sus inconvenientes. De hecho el propio Mike Pinder utiliza el ChamberTron, una versión virtual también de GForce controlada con un teclado MIDI. Por el contrario otra serie de músicos se posicionan en contra de los mismos y abogan por el uso del original, defendiendo la experiencia real de tocarlo y sentirlo, dado que en un instrumento tan temperamental no sólo son importantes los sonidos, sino también la forma de interpretarlos.
Los ochenta minutos de la película se complementan además con una serie de extras que suponen 25 minutos más en los que los entrevistados profundizan en algunos de los temas planteados a lo largo del documental. De entre ellos es interesante resaltar la mención que se hace a la 'musique concrète' y al Special Purpose Tape Recorder del ingeniero canadiense Hugh Le Caine -que en esencia era un multipistas-, como predecesores de la idea del Mellotron,
aunque en realidad éste iba mucho más lejos en sus planteamientos. En este sentido pueden parecer algo exagerados los comentarios de varios músicos a lo largo del film, que se refieren al instrumento como
"el antepasado analógico del sampler" como afirma Patrick Moraz o "el padre del sampling de hoy en día" como comenta Jon Brion, que ciertamente se asemejan más a eslóganes comerciales que a una realidad.
Capítulo aparte merece la excelente presentación del DVD, en caja de cartón de tres paneles que incluye fotos históricas y anuncios publicitarios del Mellotron y el Chamberlin, todo ello realizado de un modo exquisito. No obstante, lo más interesante probablemente es el libreto de ocho páginas, que incluye una corta presentación a cargo de Mike Pinder de The Moody Blues y una cronología de los hechos más destacados que han rodeado al Chamberlin y al Mellotron a lo largo de su historia, además de una completa cronología de los diferentes modelos de ambos instrumentos.
Además del DVD, varios meses más tarde apareció a la venta un CD llamado Mellodrama: The Mellotron Music (2010), con algunos temas interpretados con el Chamberlin, el Mellotron y el Optigan por parte de los músicos que aparecen en el documental, entre ellos Michael Penn, el productor Jon Brion, Brian Kehew, Dave Biro, Patrick Warren o el propio Harry Chamberlin con demostraciones que se conservan de archivo.
A priori Dianna Dilworth tenía varias opciones para enfocar Mellodrama: The Mellotron Movie. La primera habría sido recurrir a imágenes de archivo y darle un enfoque eminentemente histórico sustentado en la vertiente técnica del instrumento, pero su película se habría resentido de no contar con los testimonios de ninguno de sus inventores, todos ellos ya fallecidos, y el resultado a todas luces habría sido insatisfactorio. Por fortuna eligió el camino difícil, es decir, entrevistar a algunos músicos célebres que utilizaron y utilizan el Chamberlin y/o el Mellotron, y que fueran estos los que en base a sus experiencias con los instrumentos enriquecieran la narración visual. Si a eso le añadimos algunas imágenes y vídeos de archivo, la película adquiere el tono perfecto.
En este sentido una de las cosas que más sorprende de Mellodrama: The Mellotron Movie es lo bien que conocen la historia del Chamberlin/Mellotron la mayor parte de los músicos que intervienen en el documental, algo inusual en otros instrumentos, pero que denota el grado de compromiso y la relación que esos artistas tienen con él.
Quizá se puede argumentar que un documental sobre el Mellotron sin la presencia de Rick Wakeman, parte importante en su historia, no es serio, no obstante, tampoco participa Paul McCartney ni John Paul Jones ni decenas de artistas más que hicieron grande el instrumento. En estos casos siempre hay que tener en cuenta las dimensiones del proyecto a la hora de valorarlo.
Como suele ser habitual en una producción independiente de presupuesto limitado, editada y distribuida a través de una pequeña editorial como la neoyorquina Bazillion Points, dedicada por entero a publicar libros sobre bandas de heavy metal, la película no incluye subtítulos, lo cual desgraciadamente ahuyentará a los posibles compradores que no dominen la lengua inglesa.
Por otra parte, los aficionados de la música electrónica echarán en falta en el documental una presencia destacada de grupos o artistas que concibieron discos míticos con la ayuda del instrumento de los hermanos Bradley, tal es el caso de Tangerine Dream y Edgar Froese en solitario, que crearon destacados pasajes de álbumes como Phaedra (Virgin, 1974), Rubycon (Virgin, 1975), o el directo Encore (Virgin, 1977), convirtiéndolos en algunos de los momentos de Mellotron más fascinantes registrados en formato fonográfico.
Otros músicos como Isao Tomita, que utilizó el Mellotron en todas sus producciones de los años 70, Jean Michel Jarre que lo hizo en Oxygène (1976), y Equinoxe (1978), entre otros, Synergy con Electronic Realizations For Rock Orchestra (1975), o los propios Kraftwerk, que lo incluyeron en Trans-Europe Express (1977), son sólo una pequeña muestra del enorme eco que tuvo el instrumento entre los músicos electrónicos. No obstante, no es menos cierto que a excepción de Tomita y Tangerine Dream, el uso que muchos de estos músicos hicieron del Mellotron fue puntual y no tuvo un papel protagonista en sus grabaciones.
En conclusión, Mellodrama. The Mellotron Movie es un fascinante documental, especialmente recomendable para todo aquel interesado en conocer la historia de uno de los instrumentos cuyo sonido más caracterizó la música de los años 60 y 70, pero que todavía hoy sigue teniendo un largo recorrido por delante.
A continuación tenéis el tráiler del documental.
Probablemente la historia de la música pop-rock del último tercio del siglo XX no habría sido la misma sin la existencia de un instrumento mítico como el Mellotron y su progenitor estadounidense, el Chamberlin. Casi cualquier álbum de rock sinfónico y progresivo, pop, o música electrónica de los que se crearon en los años 60 y 70 era habitual que incluyera los sonidos de un Mellotron.
Aunque el sonido del Chamberlin era más fiel a los instrumentos originales, la ambición de su creador, Harry Chamberlin, de dedicarlo en exclusiva al ocio doméstico, dejaría a su invención un tanto relegada en los libros de historia. Por contra, el Mellotron, cuyas cintas estaban peor grabadas pero dotadas de un sonido low-fi con vida propia que recordaba al de una película antigua, disfrutaría de su apogeo durante los años 60 y 70, convirtiéndose en poco más de quince años en un icono cultural, un instrumento que definiría el sonido de toda una época.
Ciertamente, el carácter propio y definido del sonido del Mellotron unido al imaginativo uso que los músicos hicieron de él dio lugar a varios discos míticos que encumbraron el instrumento. Desde el célebre sonido de flauta del inicio de "Strawberry Fields Forever" de The Beatles, pasando por las arrebatadoras cuerdas de "Nights In White Satin" de The Moody Blues, o la intro de "Watcher Of The Skies" de Genesis, el Mellotron puso a disposición de los músicos los recursos sonoros que podía ofrecer una big band o una orquesta además de otros instrumentos acústicos y efectos sonoros a un coste relativamente razonable y con un nivel de calidad aceptable para los estándares de entonces.
La historia del Chamberlin/Mellotron -como la de tantos otros instrumentos de naturaleza electrónica-, ha estado rodeada desde siempre de un cierto halo de misterio, sustentada a menudo en datos poco precisos y presidida en general por un gran desconocimiento. Tras su exitoso pase por algunos de los más prestigiosos festivales de cine documental a lo largo de 2009, el documental Mellodrama: The Mellotron Movie (Bazillion Points, 2010), dirigido por Dianna Dilworth, se configura como una inmejorable fuente de información para conocer la evolución de estos instrumentos así como su devenir histórico por boca de algunos de los músicos que jugaron un papel clave en la popularización de los mismos.
Entre los artistas participantes se encuentran, entre otros, Mike Pinder de The Moody Blues, Brian Wilson de The Beach Boys, Ian McDonald de King Crimson, Tony Banks de Genesis, Claudio Simonetti de Goblin, Patrick Moraz o Matthew Sweet, mientras Brian Kehew de The Moog Cookbook ejerce como eje conductor de algunos de los pasajes del documental y como autor de la banda sonora junto a Mattias Olsson. Asimismo, bandas de heavy metal y prog metal como Änglagård, Opeth o Bigelf, representan a los valedores del instrumento entre las nuevas generaciones de músicos.
Mike Pinder en primer plano tocando el Mellotron Mk II con The Moody Blues. Foto: www.mikepinder.com. |
La primera parte, muy breve, titulada "Tape", trata cómo los avances tecnológicos producidos durante la Segunda Guerra Mundial con la cinta magnética y los magnetófonos, desarrollados por la firma alemana AEG, llegarían a popularizarse durante la posguerra primero entre los músicos, y más tarde, ya en los años 50 y 60 entrarían en los hogares de las clases medias estadounidenses en forma de equipos magnetofónicos para el ocio familiar.
Acto seguido la segunda parte, titulada "Chamberlin", realiza un rápido repaso a la biografía de Harry Chamberlin, un organista e inventor nacido en Iowa que desarrolló su actividad profesional a lo largo de varios estados del Medio Oeste en profesiones que iban desde la instalación de equipos de calefacción en Illinois, al aislamiento para edificios en Wisconsin y que durante la Segunda Guerra Mundial había colaborado en el diseño eléctrico de la fortaleza volante Boeing B-29 Superfortress en Wichita, Kansas.
Sin embargo en 1949 después de adquirir un órgano y un magnetófono para enviarle grabaciones musicales a sus padres, que vivían en California, se le ocurrió la idea de utilizar un teclado para interpretar el sonido de diversos instrumentos acústicos. Poco después la familia Chamberlin trasladó su residencia al Estado Dorado donde Harry continuaría pergeñando los primeros prototipos de su instrumento con la ayuda de su hijo Richard.
Estos primeros instrumentos de naturaleza electromecánica, en esencia prototipos, se basaban en la emulación de sonidos de distintos instrumentos de orquesta y ritmos grabados en cinta magnetofónica reproducibles mediante un teclado y limitados a ocho segundos de tiempo máximo de pulsación. Para tal fin Chamberlin había utilizado a integrantes de la Lawrence Welk Orchestra que acompañaba al músico y presentador televisivo que le daba nombre en el programa de variedades The Lawrence Welk Show. No obstante, el mecanismo de reproducción presentaba numerosos problemas de fiabilidad y los instrumentos no estaban diseñados para ser transportados. La estrategia comercial de la venta directa a través de tiendas de instrumentos musicales se fue extendiendo a la participación de Chamberlin en ferias estatales del sector en donde los instrumentos comenzaron a despertar el interés del público en forma de numerosos pedidos a la vez que aumentaban los recelos de los fabricantes de órganos.
Lo que hasta entonces había sido un hobby a tiempo parcial, no podía hacer frente a decenas de pedidos, y viendo el éxito de su propuesta, lo que había empezado como un apasionado trabajo en el garaje de su hogar terminaría por convertirse en un negocio. En 1956 Harry Chamberlin fundaría la Chamberlin Instrument Company en Upland, California, con la idea en mente de crear un órgano para el ocio doméstico, como ya había sucedido en el pasado con varios instrumentos anteriores, entre ellos el célebre órgano Hammond. A pesar de que los instrumentos presentaban carencias y problemas técnicos, en 1961 la compañía presentó su Chamberlin Model 600 en la convención del NAMM de Chicago.
Sin embargo, en 1962 Bill Franson, el representante de ventas de la firma, viendo las grandes posibilidades del instrumento se llevó dos unidades al Reino Unido con la intención de que alguna empresa quisiera reproducir la idea de Harry Chamberlin con métodos de fabricación profesionales. Con este hecho, que cambiaría para siempre la vida de tres hermanos, Norman, Frank y Leslie Bradley, que habían fundado ese mismo año una empresa que fabricaba cabezales llamada Bradmatics Manufacturing Ltd. (en 1970 cambiaría su nombre por Streetly Electronics), en Birmingham, se inicia la tercera parte del documental, "Mellotron". Franson presentó los instrumentos como propios a los hermanos Bradley que vieron un gran potencial en la idea y se asociaron con él para fundar la compañía subsidiaria Mellotronics Ltd. en 1963, que se encargaría de la fabricación del Mellotron y por medio de IBC Studios de la grabación de las cintas magnéticas con los diferentes instrumentos.
En este capítulo se establece una rápida comparativa entre modelos equivalentes de ambas firmas, el Chamberlin Model 600 de 1962 y el Mellotron Mk II de 1964, que era el que Franson se había llevado consigo a Reino Unido, pasando por alto el Mellotron Mk I, que era una réplica casi exacta del instrumento estadounidense. Con un precio de mil libras de la época (unas 14.000 libras en la actualidad), el modelo Mk II, con dos teclados separados de 35 teclas (el de la izquierda para ritmos y el de la derecha para instrumentos), llegaría a ser popular entre las élites y personajes famosos como el actor Peter Sellers, el Rey Hussein de Jordania o el promotor de la cienciología, L. Ron Hubbard, que en ningún caso padecían penurias económicas y se cuentan en su lista de propietarios ilustres.
En 1965 los distribuidores del Mellotron en Estados Unidos contactaron con Harry Chamberlin que se dio cuenta de que alguien estaba comercializando su idea con otro nombre en el Reino Unido. Tras diversas negociaciones ambas firmas llegaron a un acuerdo legal según el cual Chamberlin comercializaría su instrumento en Estados Unidos y los hermanos Bradley harían lo propio con el Mellotron en Europa, además de pagarle un canon, si bien el acuerdo expiraría a finales de la década y nuevamente el instrumento británico estaría disponible en Norteamérica.
En cualquier caso el objetivo inicial de ambos fabricantes de convertir el instrumento en el elemento central del ocio en el hogar jamás se cumpliría. Los Chamberlin/Mellotron eran instrumentos demasiado caros para el músico amateur, pesados, poco fiables y costosos de mantener. Sin embargo, la fortuna llamaría a la puerta de los hermanos Bradley gracias a los grupos de rock de los años 60. The Moody Blues, The Beatles, The Zombies, The Rolling Stones o The Kinks serían algunos de los usuarios célebres del instrumento en grabaciones míticas como Magical Mystery Tour (1967), The Beatles "White Album" (1968), Days Of Future Passed (1967), Their Satanic Majesties Request (1967), y un larguísimo etcétera, que le darían un formidable pedigrí.
John Lennon con su Mellotron Mk II en el estudio de su residencia Kenwood de Weybridge, Surrey (Inglaterra), alrededor de 1967. |
El instrumento que definiría ese período sería el popular Mellotron M400 de 1970, del que se venderían alrededor de mil ochocientas unidades, y que se compara en el documental con el Chamberlin M1 del mismo año y con unas ventas de alrededor de ciento treinta ejemplares a lo largo de once años.
El tema económico siempre ha sido un aspecto clave a la hora de grabar un disco y el hecho de disponer de un instrumento de teclado con un precio más o menos asequible y con una amplia paleta sonora capaz de reproducir muchos de los timbres de una orquesta, suponía sin duda una ventaja frente a las siempre costosas sesiones de grabación de una agrupación orquestal y por consiguiente el Chamberlin y el Mellotron eran susceptibles de quitarle el puesto de trabajo a un músico de carne y hueso.
Ése era el principal caballo de batalla de "The Musicians' Union", que constituye una quinta parte muy breve, dedicada a la polémica suscitada con el sindicato de músicos británico que pretendía detener la producción del instrumento bajo el argumento de que eliminaría puestos de trabajo en el sector y pretendían que los artistas que lo utilizaran en grabaciones y en concierto pagaran una cantidad por la no contratación de un músico. No obstante, el sindicato no tardaría en darse cuenta de que ni las flautas de Mellotron sonaban como tales, ni los coros, ni la orquesta, ni el resto de los instrumentos.
Al calor del éxito del Mellotron nacieron en los años 70 varios instrumentos con una filosofía similar, como fueron el Birotron, instrumento en parte financiado por el teclista Rick Wakeman, que usaba cartuchos de ocho pistas y del que se fabricaron no más de quince unidades. También estaba el Musitron, que era un Clavioline modificado por el músico Max Crook, y los Optigan/Orchestron, que funcionaban a partir de discos ópticos en lugar de cinta magnetofónica y que no tenían la limitación de ocho segundos en la pulsación de las teclas dado que los sonidos se configuraban como 'loops'. No obstante, ninguno de ellos llegó demasiado lejos.
Hacia el final de la década de los 70, con la aparición de los sintetizadores polifónicos con espectaculares 'presets' y más todavía con la irrupción en el mercado de los primeros 'samplers' y sintetizadores digitales, el Mellotron tenía las horas contadas, punto que marca la sexta parte titulada "The Fall". Los músicos, cansados de los problemas de fiabilidad, quedaron deslumbrados ante la nueva tecnología y no tardarían en sustituir en sus equipos los pesados y engorrosos teclados electromecánicos por los más modernos sintetizadores y muestreadores. Este hecho sería el causante del cierre en 1981 de Chamberlin y en 1986 de Streetly Electronics en el Reino Unido.
Sin embargo en los años 90, a la par del renacimiento de los sintetizadores analógicos, comenzó a producirse un renacimiento, "The Rebirth" como lo denominan en el séptimo segmento del documental. El Mellotron se había convertido en un rara avis, una especie en peligro de extinción, y aquellos músicos que deseaban utilizarlo debían remover cielo y tierra para localizar uno. Por fortuna, toda una nueva generación de bandas de rock como Pearl Jam, Oasis, Red Hot Chili Peppers, REM o Pulp y decenas de grupos más empezaron a incluirlo en sus grabaciones y directos, convirtiéndose en nuevos defensores de su sonido único.
Por último, la octava parte titulada "The New Mellotron" comenta la compra en 1991 del inventario de Streetly Electronics por parte de Mellotron Archives, que adoptará la marca Mellotron en 1997 y regresará a la producción con el modelo Mk VI en 1999, al que seguirían el Mk VII en 2005 y el M4000D, una versión digital producida en 2010. Por su parte Streetly Electronics volvería al negocio restaurando instrumentos antiguos y produciendo una nueva versión del clásico M400 llamada M4000 en 2008.
Un punto importante de este capítulo es el tema de los 'samples' de Mellotron de firmas como la sueca Clavia, o GForce Software con su M-Tron virtual, que a día de hoy son objeto de debate en la comunidad de 'mellotronistas'. Algunos músicos que aparecen en el documental consideran que son un excelente sustitutivo del instrumento original sin ninguno de sus inconvenientes. De hecho el propio Mike Pinder utiliza el ChamberTron, una versión virtual también de GForce controlada con un teclado MIDI. Por el contrario otra serie de músicos se posicionan en contra de los mismos y abogan por el uso del original, defendiendo la experiencia real de tocarlo y sentirlo, dado que en un instrumento tan temperamental no sólo son importantes los sonidos, sino también la forma de interpretarlos.
Robert Fripp tocando un Mellotron M400 en un concierto de King Crimson celebrado en 1972. |
Capítulo aparte merece la excelente presentación del DVD, en caja de cartón de tres paneles que incluye fotos históricas y anuncios publicitarios del Mellotron y el Chamberlin, todo ello realizado de un modo exquisito. No obstante, lo más interesante probablemente es el libreto de ocho páginas, que incluye una corta presentación a cargo de Mike Pinder de The Moody Blues y una cronología de los hechos más destacados que han rodeado al Chamberlin y al Mellotron a lo largo de su historia, además de una completa cronología de los diferentes modelos de ambos instrumentos.
Además del DVD, varios meses más tarde apareció a la venta un CD llamado Mellodrama: The Mellotron Music (2010), con algunos temas interpretados con el Chamberlin, el Mellotron y el Optigan por parte de los músicos que aparecen en el documental, entre ellos Michael Penn, el productor Jon Brion, Brian Kehew, Dave Biro, Patrick Warren o el propio Harry Chamberlin con demostraciones que se conservan de archivo.
A priori Dianna Dilworth tenía varias opciones para enfocar Mellodrama: The Mellotron Movie. La primera habría sido recurrir a imágenes de archivo y darle un enfoque eminentemente histórico sustentado en la vertiente técnica del instrumento, pero su película se habría resentido de no contar con los testimonios de ninguno de sus inventores, todos ellos ya fallecidos, y el resultado a todas luces habría sido insatisfactorio. Por fortuna eligió el camino difícil, es decir, entrevistar a algunos músicos célebres que utilizaron y utilizan el Chamberlin y/o el Mellotron, y que fueran estos los que en base a sus experiencias con los instrumentos enriquecieran la narración visual. Si a eso le añadimos algunas imágenes y vídeos de archivo, la película adquiere el tono perfecto.
En este sentido una de las cosas que más sorprende de Mellodrama: The Mellotron Movie es lo bien que conocen la historia del Chamberlin/Mellotron la mayor parte de los músicos que intervienen en el documental, algo inusual en otros instrumentos, pero que denota el grado de compromiso y la relación que esos artistas tienen con él.
Quizá se puede argumentar que un documental sobre el Mellotron sin la presencia de Rick Wakeman, parte importante en su historia, no es serio, no obstante, tampoco participa Paul McCartney ni John Paul Jones ni decenas de artistas más que hicieron grande el instrumento. En estos casos siempre hay que tener en cuenta las dimensiones del proyecto a la hora de valorarlo.
Como suele ser habitual en una producción independiente de presupuesto limitado, editada y distribuida a través de una pequeña editorial como la neoyorquina Bazillion Points, dedicada por entero a publicar libros sobre bandas de heavy metal, la película no incluye subtítulos, lo cual desgraciadamente ahuyentará a los posibles compradores que no dominen la lengua inglesa.
Por otra parte, los aficionados de la música electrónica echarán en falta en el documental una presencia destacada de grupos o artistas que concibieron discos míticos con la ayuda del instrumento de los hermanos Bradley, tal es el caso de Tangerine Dream y Edgar Froese en solitario, que crearon destacados pasajes de álbumes como Phaedra (Virgin, 1974), Rubycon (Virgin, 1975), o el directo Encore (Virgin, 1977), convirtiéndolos en algunos de los momentos de Mellotron más fascinantes registrados en formato fonográfico.
Otros músicos como Isao Tomita, que utilizó el Mellotron en todas sus producciones de los años 70, Jean Michel Jarre que lo hizo en Oxygène (1976), y Equinoxe (1978), entre otros, Synergy con Electronic Realizations For Rock Orchestra (1975), o los propios Kraftwerk, que lo incluyeron en Trans-Europe Express (1977), son sólo una pequeña muestra del enorme eco que tuvo el instrumento entre los músicos electrónicos. No obstante, no es menos cierto que a excepción de Tomita y Tangerine Dream, el uso que muchos de estos músicos hicieron del Mellotron fue puntual y no tuvo un papel protagonista en sus grabaciones.
En conclusión, Mellodrama. The Mellotron Movie es un fascinante documental, especialmente recomendable para todo aquel interesado en conocer la historia de uno de los instrumentos cuyo sonido más caracterizó la música de los años 60 y 70, pero que todavía hoy sigue teniendo un largo recorrido por delante.
A continuación tenéis el tráiler del documental.
Impresionante instrumento e impresionante tu artículo.
ResponderEliminarGracias Stahlfabrik. Nunca he sido un fanático de este teclado electromecánico, aunque reconozco su enorme influencia en la música de los años 60 y 70. No obstante, el documental me parece notable. No digo excelente por el tema del idioma con los inexistentes subtítulos y por pequeñísimos detalles respecto a la iluminación en algunas entrevistas, que las hace bastante oscuras, pero ese un detalle más bien técnico que no viene a cuento. En general, un documental ejemplar que no sólo se sustenta en la historia del Mellotron, como sucede en varios libros, sino también en la más desconocida del Chamberlin.
ResponderEliminarUn abrazo
Pablo/Audionaut
Buenas Audionaut! Estoy buscando este documental por todos lados, es posible que lo tengas?, y si es subtitulado, fabuloso! Abrazo digital!
ResponderEliminarHola German. Sí, lo tengo original. Es sencillo de conseguir en Amazon o en la web de la productora https://www.bazillionpoints.com/product/mellodrama-the-mellotron-movie-dvd-by-dianna-dilworth/
EliminarPor otra parte, desconozco si existe en redes p2p algún archivo .srt de subtítulos.