Toy Instruments. Design, Nostalgia, Music (2010), recorrido visual por la colección de juguetes electrónicos de Eric Schneider. |
El sonido y por extensión la música se constituye ya desde la más tierna infancia en parte esencial de la vida misma. Desde antes de su nacimiento un bebé ya puede oír, y hacia el primer mes de vida ya cuenta con un sentido del oído completamente desarrollado que poco a poco le irá proporcionando información sobre el mundo que le rodea al tiempo que reacciona corporalmente a los estímulos sonoros, a la voz, a los ritmos, cuando su campo de visión todavía es precario.
En etapas posteriores del desarrollo (entre seis meses y un año), los niños son capaces por sí mismos de golpear objetos con las dos manos, y los instrumentos y juegos musicales favorecen la psicomotricidad, la interacción o la creatividad, convirtiéndose en herramientas de aprendizaje fundamentales.
En esos meses en los que poco a poco los bebés van descubriendo el mundo, los juguetes sin duda ejercen un papel clave como vehículo formativo, estimulando el desarrollo cognoscitivo, físico y social. En particular los juguetes musicales siempre han despertado la curiosidad de los más pequeños y en este sentido instrumentos de percusión simples, como un sonajero, un metalófono o un tambor son parte inherente a esas primeras etapas.
Hoy en día y cada vez más temprano en su evolución, los niños se exponen a los omnipresentes juguetes de naturaleza electrónica. Sus extraños sonidos, generalmente primitivos y cacofónicos, así como sus automatismos, que consiguen que apretando un botón suene un acompañamiento, un ritmo o un fraseo musical completo, enseguida captan la atención de los más pequeños, que miran con ojos asombrados el objeto, como si estuvieran ante un instrumento mágico.
La irrupción y proliferación de juguetes musicales electrónicos desde los años 60, pero en especial durante las décadas de los 70 y 80, procedentes de Japón, Hong Kong o Taiwan, sacudieron una industria que hasta entonces habían dominado las jugueteras estadounidenses con productos de naturaleza electromecánica en forma de órganos y pequeños pianos, entre otros.
La avalancha de productos que tenían en la electrónica el objeto mismo del divertimento generó toda una serie de instrumentos sorprendentes que todo niño y niña de la época -la electrónica en este caso no hacía distinción de géneros-, ansiaba poseer: relojes digitales de pulsera capaces de producir música, organillos con forma de hamburguesa o skateboard, máquinas para hacer efectos de sonido espaciales o voces robotizadas, percusiones y cajas de ritmos para 'rapear' e incluso 'keytars' con los que sorprender a la pandilla como un 'synthesizer hero' de los 80, fueron sólo algunos de los objetos de deseo.
Cuando ya adultos volvemos la vista atrás, la infancia es una de las etapas de la vida que se recuerda con más cariño y nostalgia. Todos aquellos que hemos sido niños en las últimas décadas hemos establecido una relación natural con los juguetes electrónicos en general y con los musicales en particular, tanto que en algunos casos han despertado tempranas vocaciones artísticas e incluso han generado una afición por el coleccionismo y la historia de los juguetes, tal y como le sucedió a Eric Schneider autor de Toy Instruments. Design, Nostalgia, Music (Mark Batty Publisher, 2010).
En etapas posteriores del desarrollo (entre seis meses y un año), los niños son capaces por sí mismos de golpear objetos con las dos manos, y los instrumentos y juegos musicales favorecen la psicomotricidad, la interacción o la creatividad, convirtiéndose en herramientas de aprendizaje fundamentales.
En esos meses en los que poco a poco los bebés van descubriendo el mundo, los juguetes sin duda ejercen un papel clave como vehículo formativo, estimulando el desarrollo cognoscitivo, físico y social. En particular los juguetes musicales siempre han despertado la curiosidad de los más pequeños y en este sentido instrumentos de percusión simples, como un sonajero, un metalófono o un tambor son parte inherente a esas primeras etapas.
Hoy en día y cada vez más temprano en su evolución, los niños se exponen a los omnipresentes juguetes de naturaleza electrónica. Sus extraños sonidos, generalmente primitivos y cacofónicos, así como sus automatismos, que consiguen que apretando un botón suene un acompañamiento, un ritmo o un fraseo musical completo, enseguida captan la atención de los más pequeños, que miran con ojos asombrados el objeto, como si estuvieran ante un instrumento mágico.
La irrupción y proliferación de juguetes musicales electrónicos desde los años 60, pero en especial durante las décadas de los 70 y 80, procedentes de Japón, Hong Kong o Taiwan, sacudieron una industria que hasta entonces habían dominado las jugueteras estadounidenses con productos de naturaleza electromecánica en forma de órganos y pequeños pianos, entre otros.
La avalancha de productos que tenían en la electrónica el objeto mismo del divertimento generó toda una serie de instrumentos sorprendentes que todo niño y niña de la época -la electrónica en este caso no hacía distinción de géneros-, ansiaba poseer: relojes digitales de pulsera capaces de producir música, organillos con forma de hamburguesa o skateboard, máquinas para hacer efectos de sonido espaciales o voces robotizadas, percusiones y cajas de ritmos para 'rapear' e incluso 'keytars' con los que sorprender a la pandilla como un 'synthesizer hero' de los 80, fueron sólo algunos de los objetos de deseo.
Cuando ya adultos volvemos la vista atrás, la infancia es una de las etapas de la vida que se recuerda con más cariño y nostalgia. Todos aquellos que hemos sido niños en las últimas décadas hemos establecido una relación natural con los juguetes electrónicos en general y con los musicales en particular, tanto que en algunos casos han despertado tempranas vocaciones artísticas e incluso han generado una afición por el coleccionismo y la historia de los juguetes, tal y como le sucedió a Eric Schneider autor de Toy Instruments. Design, Nostalgia, Music (Mark Batty Publisher, 2010).