Carátula de la 'Hardcore Edition' de cuatro horas de duración del documental I Dream Of Wires (Robert Fantinatto, 2013). |
"El misterio que se esconde sobre qué motiva esta obsesión irracional está en el corazón de la película. Al final, se trata de un anhelo por algo auténtico, algo que se ha perdido en un mundo virtualizado".
Robert Fantinatto. Director de I Dream Of Wires para la revista Wired (2013).
Cuando en la década de los 80 la comercialización de novedosas tecnologías digitales casi provoca la extinción de los sintetizadores modulares, pocos podían imaginar que en la todavía lejana segunda década del siglo XXI alguien se acordaría de estos dinosaurios de otra era.
En aquel entonces, los sintetizadores modulares, que en un tiempo se asociaron con la carrera espacial y la ciencia ficción, ya no formaban parte de la ecuación de la modernidad. Su concepto, su tecnología y su aspecto se consideraban obsoletos, y por consiguiente debían dejar paso al pujante mundo digital y desaparecer inexorablemente.
Muchos artistas, obnubilados por los cantos de sirena de los nuevos avances tecnológicos aplicados a la música, acogieron con los brazos abiertos el futuro digital desdeñando el pasado analógico. Las pantallas y los botones, más propios de la informática, se erigieron como el presente y el radiante porvenir del sintetizador, a la vez que se iba perdiendo la plasticidad en la creación sonora en favor de un metódico jeroglífico de ceros y unos.
Sin embargo, la fecha de defunción de los sintetizadores modulares nunca tuvo un día y hora señaladas, simplemente dejaron de estar, fueron desapareciendo de muchos estudios y rara vez volvieron a mostrarse majestuosos sobre los escenarios. No obstante, jamás abandonarían los corazones de unos pocos irreductibles que se oponían con tozudez a su obsolescencia.
Reconquistar el terreno perdido ha sido una de las metas de esos irreductibles desde mediados de la década de los 90 hasta la actualidad. Nuevos fabricantes, nuevos músicos, nuevos aficionados configuran hoy una escena modular que vive en plena efervescencia, en la que se ha constituido y consolidado una comunidad muy activa, compacta e interconectada que impulsa una cultura alrededor de una gran pasión compartida.
Por este motivo cuando en 2011 se conocieron las primeras noticias sobre la realización de un proyecto documental dedicado a retratar el mundo y la subcultura de los sintetizadores modulares, una oleada de entusiasmo invadió los foros, blogs y webs especializadas. Por fin los amantes de los 'patch-cords' iban a ver reflejado su mundo, su indiosincrasia, en una película.
'InstrumentHead', una de las fotografías ganadoras del concurso organizado entre los productores de I Dream Of Wires y el blog Matrixsynth. Foto. Joe McGinty/Michael Weintrob. |
Por una iniciativa del documentalista canadiense Robert Fantinatto -intrigado por el auge espectacular que venían experimentando los sintetizadores modulares en tiempos recientes-, el film comenzó a tomar forma cuando enroló en el proyecto al músico de Toronto Jason Amm (más conocido por el nombre artístico de Solvent), que le ayudaría en la exploración que tenía en mente de la escena modular. El primero se encargaría de la dirección, fotografía, guión y edición, mientras el segundo asumiría las funciones de productor, co-guionista y creador de la banda sonora.
El primer 'teaser-trailer' de ocho minutos de duración lanzado en septiembre de 2011 desató la euforia entre los 'synth-geeks', y los posteriores avances en forma de entrevistas con algunos de los músicos protagonistas, amplificados por las redes sociales, no hicieron más que confirmar el gran interés que había despertado la iniciativa.
A diferencia de otros filmes documentales sobre música electrónica que han ido apareciendo en los últimos años I Dream Of Wires poseía una característica única que lo hacía especial; estaba financiado en su mayor parte gracias a una campaña online de 'crowdfunding' o financiación colectiva, que consiguió reunir a lo largo de dos años y cuatro rondas de recaudación una cifra aproximada de 40.000 dólares para sufragar los gastos del proyecto.
Para fomentar el mecenazgo en las diversas campañas de recaudación se recurrió a diez atractivos incentivos que implicaban desde una financiación mínima de 25 dólares que daba acceso al futuro documental en DVD o Blu-Ray (gastos de envío incluidos), pasando por los 45 dólares que además del film incluía unas postales y una camiseta serigrafiada con el logo del documental, los 125 dólares que garantizaban aparte de todo lo anterior la banda sonora en CD, hasta la muy interesante opción de los 300 dólares que ofrecía un paquete completo con todo lo comentado previamente y una caja de DVD-R con todas las entrevistas íntegras. Aquellos patrocinadores que no padecieran apuros económicos podían optar por la donación de 1.500 o 1.700 dólares, y sus nombres figurarían en los títulos de crédito del film como productores ejecutivos.
Una fuente de financiación adicional vendría a través de un acuerdo entre los creadores del film y la pequeña firma canadiense Hexinverter.net, que realizaría una edición especial (limitada a 200 unidades), de su módulo de distorsión controlado por voltaje batteryACID, del que la mayor parte de sus beneficios irían destinados a patrocinar el documental.
El módulo analógico de distorsión batteryACID de la firma canadiense Hexinverter.net. |
Previamente a su conclusión, los productores plantearon dos ediciones de I Dream Of Wires. La primera en aparecer sería la denominada "Hardcore Edition" (limitada a dos mil copias), de cuatro horas de duración, destinada exclusivamente a los patrocinadores del proyecto. A posteriori se lanzaría una edición estándar editada de 85 minutos con la intención de presentar en festivales de cine documental y para la venta directa a través de internet.
Aunque en un principio estaba previsto que I Dream Of Wires: Hardcore Edition podría distribuirse durante el otoño/invierno de 2012, la gestión de la ingente cantidad de material grabado provocó que se aplazara su lanzamiento a mayo/junio de 2013. Finalmente, tras un retraso de tres meses por cuestiones logísticas, en agosto/septiembre del mismo año comenzaron a enviarse las dos mil copias en DVD y Blu-Ray a todos los mecenas del film.
Tan solo un mes después de su estreno y con la versión estándar ya completada, los productores de IDOW emitieron un comunicado en el que anunciaban la cancelación del lanzamiento de esta última debido al desinterés del público y en su lugar reeditaban por petición popular I Dream Of Wires: Hardcore Edition en DVD y Blu-Ray como versión definitiva del documental para su venta online.
La extensa película, de cuatro horas de duración (que se puede ver entera o en dos capítulos, pero sin opción de subtítulos), se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera, con un metraje de 87 minutos, está dedicada a glosar la historia de los sintetizadores modulares desde mediados de los años 50 hasta los primeros 80 bajo el clarificador epígrafe de "The Dawn, And Near Extinction, Of The Modular Synthesizer", que se podría reinterpretar como el nacimiento, esplendor y muerte de los modulares. La resurrección y su segunda edad dorada se deja, en este caso, para la segunda parte: The Resurrection, And Phenomenal Resugence, Of The Modular Synthesizer" de 155 minutos de duración.
Al mismo tiempo el menú del DVD/Blu-Ray se complementa con la opción "Gallery" que incluye una galería fotográfica de los ganadores del concurso 'Modular Pic Of The Week' sobre sintetizadores modulares que llevaron a cabo los productores de I Dream Of Wires en colaboración con el blog Matrixsynth durante treinta semanas entre octubre de 2011 y mayo de 2012. Las cinco fotos ganadoras se incluyen impresas en forma de postales junto a las ediciones en DVD y Blu-Ray.
Con una voz en 'off', cuya narración no nos abandonará a lo largo de todo el documental, se inicia I Dream Of Wires. Tras una concisa y muy superficial introducción dedicada a resumir los inicios de la música electrónica con el theremin y algunas imágenes de instrumentos de los años 20 y 30, el film se detiene brevemente en uno de los antecesores del sintetizador moderno, el Electronic Sackbut del ingeniero canadiense Hugh Le Caine desarrollado en 1948 y considerado como el primer sintetizador de la historia controlado por voltaje.
El primer sintetizador modular concebido como tal, el RCA Mk II Sound Synthesizer sito en el Computer Music Center de la Columbia University (N.Y). Foto: James Fei. |
A finales de los años 40 y primeros 50 se fundan en Europa y Norteamérica los primeros estudios de música electrónica, que para los músicos representarán la nueva frontera, la vanguardia de la creación musical. El hecho de poder trabajar directamente sobre las fuentes sonoras supondrá un cambio radical de concepto. No obstante, los laboratorios de experimentación sonora necesitaban un instrumento que aglutinara en sí mismo varias de las funciones básicas para la síntesis del sonido (osciladores, filtros...), y al mismo tiempo fuera un dispositivo apto para la composición musical.
Sin más preámbulos I Dream Of Wires nos dirige al precedente más directo de los sintetizadores modulares; el RCA Mk II Sound Synthesizer (1957), desarrollado por Harry F. Olson y Herbert Belar y sito actualmente en las dependencias del Columbia Computer Music Center. Aunque hoy en día se trata de una pieza de museo, sin duda resulta un placer poder ver este instrumento durante varios minutos del documental en los que se explican algunas de sus características técnicas y se pone de relieve su papel como un pedazo importante de la historia de la música electrónica.
El siguiente estadio en la evolución del sintetizador nos sitúa en Moog y Buchla. Partiendo de la estructura del libro Analog Days (Trevor Pinch/Frank Trocco. Harvard University Press, 2002), el documental traza el nacimiento de la industria de los sintetizadores con Bob Moog en la Costa Este y Don Buchla en la Costa Oeste, haciendo especial hincapié en las diferencias técnicas de ambos instrumentos, así como en la distinta filosofía y concepto de diseño que escondían en sus entrañas, ejemplificado también por el papel de dos álbumes capitales en la historia del sintetizador: Silver Apples Of The Moon (1967), de Morton Subotnick y Switched-On Bach (1968), de Wendy Carlos.
Por boca de Bernie Krause, Joel Chadabe o Maggi Payne en el caso de Moog o de Morton Subotnick, Ramón Sender y Bill Maginnis en el de Buchla, que ejercen como principales cronistas de los inicios del sintetizador modular, iremos conociendo sus progresos hasta la década de los 70, cuando se vivirá una época de esplendor con diversos modelos que entrarán en liza como el ARP 2500, EMS Synthi 100, E-mu Modular, Roland System 700 o semi-modulares como el ARP 2600 y el Roland System 100, que sólo estaban al alcance de unos pocos privilegiados. Entre las opciones más o menos asequibles que había en el mercado se encontraban equipos como el Serge Modular -que guardaba algunas similitudes de concepto con Buchla-, o los semi-modulares EMS Synthi A o EML Electrocomp 101 que estaban más enfocados hacia la música experimental.
Con la introducción en 1971 del Moog Minimoog y otros sintetizadores con sistemas de ruteo de señal integrados ('pre-patched'), de precios cada vez más asequibles, se abrió la puerta a su uso generalizado en la música popular, lo que provocó que el sintetizador modular comenzará su paulatino declive. A pesar de que la flexibilidad de estos nuevos sintetizadores era muy limitada, sus puntos a favor los auparon a la cima del mercado. Los músicos ya no buscaban ilimitadas posibilidades de experimentación, sino la facilidad de uso y de transporte, así como la estabilidad, fiabilidad e inmediatez de cara a las actuaciones en directo.
Entre finales de los años 70 y los primeros 80, la popularización de los sintetizadores japoneses (primero analógicos y luego digitales), con sus precios realmente asequibles para el músico medio caracterizarían un período de novedosas tecnologías como el MIDI y el 'sampler' que marcarían la práctica extinción de los sintetizadores modulares. A la inmediatez ya comentada (perfectamente explicitada en la universalización de los 'presets'), los músicos demandaban también sonidos realistas, y muchos de los antiguos usuarios de modulares se habían convertido en flamantes propietarios de 'workstations' digitales como el Fairlight CMI o el NED Synclavier.
El siguiente estadio en la evolución del sintetizador nos sitúa en Moog y Buchla. Partiendo de la estructura del libro Analog Days (Trevor Pinch/Frank Trocco. Harvard University Press, 2002), el documental traza el nacimiento de la industria de los sintetizadores con Bob Moog en la Costa Este y Don Buchla en la Costa Oeste, haciendo especial hincapié en las diferencias técnicas de ambos instrumentos, así como en la distinta filosofía y concepto de diseño que escondían en sus entrañas, ejemplificado también por el papel de dos álbumes capitales en la historia del sintetizador: Silver Apples Of The Moon (1967), de Morton Subotnick y Switched-On Bach (1968), de Wendy Carlos.
Por boca de Bernie Krause, Joel Chadabe o Maggi Payne en el caso de Moog o de Morton Subotnick, Ramón Sender y Bill Maginnis en el de Buchla, que ejercen como principales cronistas de los inicios del sintetizador modular, iremos conociendo sus progresos hasta la década de los 70, cuando se vivirá una época de esplendor con diversos modelos que entrarán en liza como el ARP 2500, EMS Synthi 100, E-mu Modular, Roland System 700 o semi-modulares como el ARP 2600 y el Roland System 100, que sólo estaban al alcance de unos pocos privilegiados. Entre las opciones más o menos asequibles que había en el mercado se encontraban equipos como el Serge Modular -que guardaba algunas similitudes de concepto con Buchla-, o los semi-modulares EMS Synthi A o EML Electrocomp 101 que estaban más enfocados hacia la música experimental.
Con la introducción en 1971 del Moog Minimoog y otros sintetizadores con sistemas de ruteo de señal integrados ('pre-patched'), de precios cada vez más asequibles, se abrió la puerta a su uso generalizado en la música popular, lo que provocó que el sintetizador modular comenzará su paulatino declive. A pesar de que la flexibilidad de estos nuevos sintetizadores era muy limitada, sus puntos a favor los auparon a la cima del mercado. Los músicos ya no buscaban ilimitadas posibilidades de experimentación, sino la facilidad de uso y de transporte, así como la estabilidad, fiabilidad e inmediatez de cara a las actuaciones en directo.
Entre finales de los años 70 y los primeros 80, la popularización de los sintetizadores japoneses (primero analógicos y luego digitales), con sus precios realmente asequibles para el músico medio caracterizarían un período de novedosas tecnologías como el MIDI y el 'sampler' que marcarían la práctica extinción de los sintetizadores modulares. A la inmediatez ya comentada (perfectamente explicitada en la universalización de los 'presets'), los músicos demandaban también sonidos realistas, y muchos de los antiguos usuarios de modulares se habían convertido en flamantes propietarios de 'workstations' digitales como el Fairlight CMI o el NED Synclavier.
Jack Dangers del grupo Meat Beat Manifesto en un fragmento de I Dream Of Wires junto a su mastodóntico sintetizador modular EMS Synthi 100. |
Los años 80 significaron una época oscura para los modulares, tanto es así que estuvieron a punto de convertirse en una triste nota a pie de página. Sólo unos pocos músicos y coleccionistas no se dejaron arrastrar por una marea tecnológica incontenible y se mantuvieron fieles a sus equipos y a una forma de crear que parecía en vías de extinción. En el mercado de segunda mano la abundancia de ofertas de sintetizadores modulares y analógicos en general había provocado una bajada significativa de precios. Por vez primera el músico de a pie tenía acceso a una tecnología que tan sólo diez años antes le había sido negada por prohibitiva. Sin embargo paradójicamente ya nadie quería sintetizadores modulares.
De manera inesperada la generación 'post-acid house', el 'techno ambient' británico y los 'bedroom musicians' de la década de los 90 comenzaron a recuperar el sonido analógico y despertaron con sus ritmos a los primeros sintetizadores modulares de su letargo de más de diez años en sótanos, garajes y trasteros. Pronto los músicos y productores empezaron a darse cuenta de la espontaneidad y la simbiosis que se había perdido en el proceso de creación sonora. Así, en los albores del siglo XXI se iniciaba, contra todo pronóstico, una nueva era para los sintetizadores modulares.
Bajo el epígrafe de "The Resurrection, And Phenomenal Resugence, Of The Modular Synthesizer" se abre la segunda parte de I Dream Of Wires, 155 minutos dedicados a realizar un amplio recorrido por el panorama actual de los sintetizadores modulares, desde los músicos y fabricantes, pasando por algunos coleccionistas y proyectos DIY, así como tiendas especializadas, 'synth meets' y foros de internet.
En I Dream Of Wires el renacimiento de los sintetizadores modulares se plantea como una reacción al "siglo digital" en el que nos encontramos y en el que todo pasa por los ordenadores. Un 'revival' por piezas tecnológicas del pasado que vuelven a estar de moda, en una búsqueda por la autenticidad, por instrumentos vivos con un sonido característico alejado de la virtualidad y de una uniformización alienante.
Sin más dilación, los autores nos narran las experiencias de algunos músicos que trabajan con sintetizadores modulares 'vintage', tal es el caso de Sean McBride del dúo Xeno & Oaklander, Allen Ravenstine y Robert Wheeler de Pere Ubu (que realizan una improvisación en modulares EML Electrocomp 101 y 200), así como un recorrido por el imponente estudio de Vince Clarke en Brooklyn que supone un viaje por la historia de los sintetizadores.
De manera inesperada la generación 'post-acid house', el 'techno ambient' británico y los 'bedroom musicians' de la década de los 90 comenzaron a recuperar el sonido analógico y despertaron con sus ritmos a los primeros sintetizadores modulares de su letargo de más de diez años en sótanos, garajes y trasteros. Pronto los músicos y productores empezaron a darse cuenta de la espontaneidad y la simbiosis que se había perdido en el proceso de creación sonora. Así, en los albores del siglo XXI se iniciaba, contra todo pronóstico, una nueva era para los sintetizadores modulares.
Bajo el epígrafe de "The Resurrection, And Phenomenal Resugence, Of The Modular Synthesizer" se abre la segunda parte de I Dream Of Wires, 155 minutos dedicados a realizar un amplio recorrido por el panorama actual de los sintetizadores modulares, desde los músicos y fabricantes, pasando por algunos coleccionistas y proyectos DIY, así como tiendas especializadas, 'synth meets' y foros de internet.
En I Dream Of Wires el renacimiento de los sintetizadores modulares se plantea como una reacción al "siglo digital" en el que nos encontramos y en el que todo pasa por los ordenadores. Un 'revival' por piezas tecnológicas del pasado que vuelven a estar de moda, en una búsqueda por la autenticidad, por instrumentos vivos con un sonido característico alejado de la virtualidad y de una uniformización alienante.
Sin más dilación, los autores nos narran las experiencias de algunos músicos que trabajan con sintetizadores modulares 'vintage', tal es el caso de Sean McBride del dúo Xeno & Oaklander, Allen Ravenstine y Robert Wheeler de Pere Ubu (que realizan una improvisación en modulares EML Electrocomp 101 y 200), así como un recorrido por el imponente estudio de Vince Clarke en Brooklyn que supone un viaje por la historia de los sintetizadores.
Una imagen de I Dream Of Wires con Vince Clarke en su estudio de Brooklyn (N.Y.), frente al E-mu modular. A su espalda un modular ARP 2500. |
A pesar del papel que juegan los músicos, el grueso de esta segunda parte de I Dream Of Wires se centra especialmente en los fabricantes. Empezando primero por algunos fabricantes del formato modular 5U o MU como Synthesizers.com o Synthesis Technology (MOTM), que fabrican una línea completa de módulos clásicos y equipos modulares siguiendo la estela del célebre Moog Modular.
No obstante, probablemente el máximo impulsor de lo que son hoy los sintetizadores modulares es el ingeniero alemán Dieter Doepfer, creador del estándar Eurorack en 1995 y que por medio de la firma que lleva su apellido, ha marcado un antes y un después. El mercado potencial en alza que abrió Doepfer dio lugar a la aparición de las primeras compañías dedicadas a la fabricación de módulos en veinte años. Esa tendencia se confirmó a comienzos del siglo XXI y ante el auge de los sintetizadores modulares comenzaría a brotar una extensa red de pequeñas empresas de espíritu 'indie' dedicadas a la fabricación de módulos así como de sistemas modulares completos, radicadas principalmente en Europa y Norteamérica.
Precisamente la explosión de música electrónica en general, pero sobre todo en sus estilos más experimentales, que vive en la actualidad Norteamérica, así como la hegemonía del formato Eurorack (con menores costes de desarrollo y precios muy asequibles), y una arraigada cultura de emprendimiento ha facilitado la proliferación de pequeñas compañías, casi negocios artesanales, a veces unipersonales, de individuos que asumen riesgos financieros por un sueño que está muy por encima de los posibles beneficios económicos que les pueda reportar.
El número creciente de fabricantes en el estándar Eurorack (alrededor de ochenta en estos momentos), y los cerca de 700 módulos que hay disponibles en el mercado dan una idea de la dimensión del fenómeno, que en I Dream Of Wires está representado por una pequeña muestra de empresas; WMD, Make Noise, Division 6, 4ms, Tiptop Audio, The Harvestman, Malekko Heavy Industry, Metasonix, Intellijel Designs, o Kilpatrick Audio entre otras. Es curioso resaltar los inicios que tuvieron algunas de ellas (WMD, Malekko o Metasonix), como fabricantes de pedaleras de efectos para guitarra, un mundo demasiado conservador para ingenieros con un genuino interés en innovar.
A pesar del predominio del formato Eurorack, otras firmas, una minoría, todavía apuestan por el clásico formato 5U, también denominado MU (Moog Unit), como es el caso de Moon Modular, Synthwerks o Synthesizers.com. Las hay que han comenzado a apostar por ambos sistemas (Cyndustries, Modcan o Synthesis Technology), mientras el minúsculo formato Frac es el adoptado por fabricantes veteranos como PAiA o Blacet. Por último están las compañías que utilizan formatos propios (Buchla, Serge o Mattson), como también suele suceder con los proyectos de modulares DIY.
Es importante resaltar que el documental se esfuerza en mostrar que los fabricantes actuales no sólo se limitan a recrear el sonido 'vintage' de los modulares clásicos, en un acto de nostalgia por medio de módulos más o menos estándar, sino que sobre todo en el prolífico formato Eurorack existe un alto nivel de experimentación y riesgo mediante soluciones originales para un público específico, pudiéndose encontrar desde todo tipo de módulos de vocoder, o las emulaciones de filtros clásicos de Korg o Sequential Circuits, pasando por secuenciadores con pantalla táctil, VCO digitales o un sintetizador de vídeo modular (LZX Industries). Todo ello sucede en un microcosmos donde conviven distintas tecnologías; módulos totalmente analógicos o totalmente digitales, pero también a válvulas (Metasonix), así como híbridos (cada vez más numerosos), que intentan conciliar lo mejor de ambos mundos.
La luthier y DJ neoyorquina Lori Napoleon con su sistema modular DIY compuesto por un sintetizador y un secuenciador dual. |
El auge de los modulares tampoco se entendería sin internet, en especial por el papel que juegan los foros especializados (como Muffwiggler), y la interacción e intercambio de conocimientos que se ha producido en ellos entre músicos y fabricantes, que en ocasiones han fructificado en ideas para nuevos productos. Habida cuenta que no es habitual encontrar esta clase de equipos en tiendas de música corrientes, la aparición de pequeños santuarios como SchneidersLaden en Berlín, Big City Music en Los Angeles, Control en Brooklyn (Nueva York), Analog Haven en Pomona (California), Moog Audio en Montreal y Toronto o Post Modular en Londres han servido para crear un puente entre los fabricantes y los músicos que buscan personalizar su sonido. Una tradición muy arraigada en el mundo modular desde los tiempos de Moog y Buchla, que también se pone de relieve en los concurridos 'synth meets' en los que se comparten experiencias y contactos.
La última parte de I Dream Of Wires nos lleva al prestigioso festival de música electrónica Mutek en Montreal para mostrarnos el cambio de tendencia que se ha venido produciendo de unos años a esta parte en la escena electrónica de vanguardia, en la que los ordenadores portátiles y los platos de DJ comparten escenario con propuestas musicales como las de Keith Fullerton-Whitman, Container, Clark o el grupo Orphx que están basadas íntegramente o en parte en el trabajo con sintetizadores modulares.
En este sentido, la mayoría considera el trabajo en directo con modulares como un reto y al mismo tiempo como un antídoto frente a los ordenadores portátiles que estiman como una experiencia frustrante, no sólo para el artista, sino también para el público. De hecho, muchos de ellos abandonaron los ordenadores y optaron por el mundo modular con el anhelo de disfrutar de una actuación en vivo menos previsible y calculada, en la que actuasen con mayor frecuencia factores como la impredecibilidad y el azar.
De todo ello, como conclusión del documental, se extrae una reflexión interesante. Los modulares han pasado de ser considerados durante años como un anacronismo, en el que parecía existir consenso respecto a su necesaria desaparición en aras del progreso tecnológico, pero que sin embargo su recuperación en los últimos años pone de relieve que ya no existe una manera mejor o peor, correcta o incorrecta de crear música. Cada músico adapta la tecnología a sus necesidades creativas en base a un mercado en el que hay una amplia y variada oferta. En los entornos de estudio actuales es habitual que convivan en armonía lo último en ordenadores y software musical junto a sintetizadores de teclado digitales de última generación, clásicos analógicos de los 70, así como vetustos y/o modernos equipos modulares. Probablemente nunca ocupen una posición de privilegio en la industria de los instrumentos musicales electrónicos, pero al final los modulares han resurgido para quedarse.
Tras el visionado de I Dream Of Wires se cae en la cuenta de que éste era un documental absolutamente necesario y oportuno en estos momentos. Sin duda alguien debía relatar el viaje épico de más de cincuenta años de los sintetizadores modulares y explorar en toda su dimensión su presente en un contexto musical como el actual, en el que estos equipos están traspasando el umbral de su nicho de mercado a la vez que alcanzando un espectro más amplio de estilos incluso llegando a la música 'mainstream' y al gran público, tal y como sucedió en sus tiempos de gloria a finales de los años 60 y la década de los 70. Actualmente, por ejemplo, los sonidos generados por modulares son protagonistas en la banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross para el film The Social Network (David Fincher, 2010), ganador de un Oscar en esa categoría, o del álbum Delta Machine (Mute, 2013), de los británicos Depeche Mode.
'Lightning Volts', una de las fotografías ganadoras del concurso organizado entre los creadores de I Dream Of Wires y el blog Matrixsynth. Foto: Bob Borries. |
De hecho I Dream Of Wires no será el último documental que recurra a este método de financiación. Actualmente está en marcha una campaña de 'crowdfunding' similar con el objetivo de financiar una película, ya en producción, sobre el pionero electrónico Don Buchla, cuyo estreno se prevé para mediados de 2014, y que a buen seguro tampoco será la última que recurra al mecenazgo para sacar adelante proyectos cinematográficos relacionados con la música electrónica.
Respecto al documental en sí, su duración algo excesiva puede convertir su visionado en una experiencia apasionante y extenuante a partes iguales, por lo que es recomendable dividirlo en partes. Sin duda aquellos que sean músicos electrónicos, productores, ingenieros, 'synth-geeks' o simples adictos al 'synth-porn', disfrutarán de una experiencia extática ante la ingente cantidad y variedad de equipos 'vintage' y actuales que desfilará ante sus pupilas. Si lo que se busca son imágenes de estudios en los que las paredes están tapizadas del suelo al techo por interminables hileras de módulos y marañas multicolor de 'patch-cords', esta es la película. Sin duda un sueño hecho realidad para cualquier fanático de los sintetizadores que se precie como tal.
La primera parte de I Dream Of Wires, con un enfoque histórico-técnico y dedicada a exponer el nacimiento, esplendor y declive de los sintetizadores modulares mantiene una narrativa clara y coherente, realizando un recorrido histórico bien estructurado y perfectamente inteligible para los neófitos o los legos en la materia. En este sentido supone un gran acierto haber incluido esta introducción, más aún cuando en el planteamiento inicial del film no estaba prevista como tal, sino como un documental independiente y posterior.
Si algo se le puede criticar a esta primera parte, es no haber podido contar -seguramente por motivos ajenos a la voluntad de sus productores-, con algunas entrevistas más consecuentes con su contenido. Durante su visionado a más de un espectador se le ocurrirán muchas ausencias significativas, músicos que hicieron grande al sintetizador modular en los años 70; sin ir más lejos Wendy Carlos, Isao Tomita, Tangerine Dream, Klaus Schulze, T.O.N.T.O's Expanding Head Band o Keith Emerson, por no hablar de ingenieros del calibre de Don Buchla o Alan R. Pearlman. Así y todo no se puede despreciar la presencia de personalidades de la historia de la música electrónica como Ramón Sender, Morton Subotnick, Bernie Krause, Joel Chadabe o Maggi Payne.
Por otro lado, en la segunda parte se lleva a cabo un recorrido extenso y pormenorizado por la subcultura actual de los sintetizadores modulares. No obstante, en ese afán por dar una amplia panorámica, los autores pecan de un exceso de ambición, de intentar quizá abarcar demasiado integrando al mayor número de "actores" de la escena para contar en dos horas y media lo que probablemente se podría haber conseguido en menos de dos. Tal vez con la reducción del número de entrevistados se hubiera logrado un montaje más dinámico y entretenido.
Asimismo, esta parte, sin estar centrada en el lado más técnico, es más que probable que sea hermética para un amplio sector de público potencial que es habitual seguidor de muchos estilos de música electrónica desarrollados primordialmente con sintetizadores modulares, pero a los que les es ajena o no les interesa la subcultura que se desarrolla a su alrededor. Para estos el calificativo de "Hardcore edition" estará más que justificado y es probable que acojan esta sección del film con indiferencia e incluso hastío.
Esta segunda parte sí acierta en desterrar la mala fama que ha perseguido a los modulares durante tantos años. La época de la escasa fiabilidad y las frecuentes reparaciones, las dificultades de transporte y su sensibilidad a los cambios de temperatura o humedad, por no hablar de los precios desorbitados ya pasó, y los autores del film se esfuerzan en resaltar las diferencias técnicas/tecnológicas entre los sintetizadores modulares de antaño y los actuales, destacando la gran versatilidad y flexibilidad, así como su gran capacidad de integración con ordenadores y otros equipos de estudio actuales.
Habida cuenta que las limitaciones presupuestarias del proyecto han repercutido sobre la capacidad del equipo para los desplazamientos geográficos largos y prolongados, en esta sección existe una preponderancia absoluta de las compañías norteamericanas frente a las europeas. Sin duda, los más entendidos en la materia echarán en falta nombres como los de la sueca Cweijman, la suiza Technosaurus, las alemanas MFB y FLAME, la italiana Grp Synthesizer y las británicas MacBeth Studio Systems, Analogue Solutions y Analogue Systems, siendo las firmas germanas Doepfer y Moon Modular, y las inglesas Expert Sleepers y Rebel Technology las únicas referencias que aparecen dentro del ámbito europeo.
En este sentido, I Dream Of Wires, siguiendo esa corriente en pro de la causa analógica y las pequeñas firmas, se emparentaría con el documental Totally Wired. A Film About Schneiders Buero (Niamh Guckian Ahern, 2009), dedicado a la famosa tienda berlinesa propiedad de Andreas Schneider (protagonista también en IDOW). Mientras el film canadiense se centra más en los fabricantes de modulares norteamericanos, Totally Wired hace lo propio con los europeos, con lo que ambos filmes se podrían considerar hasta cierto punto complementarios ayudando a dar una mayor visión de conjunto sobre la subcultura que se desarrolla alrededor de los sintetizadores modulares.
Como decía su director Robert Fantinatto en la cita inicial, esta película pretende mostrar una relación visceral más allá de todo atisbo de racionalidad y mesura entre el hombre y la máquina, una relación que se cimenta sobre un amor incondicional por la exploración sonora sin límites, a menudo sin ambiciones musicales, sólo por el mero hecho de ir un paso más allá, de descubrir, de experimentar, de sentir el instrumento como un ente vivo, tangible y moldeable, en un mundo vertiginoso en el que muchas de esas sensaciones se van perdiendo inexorablemente. Una idea que sin duda I Dream Of Wires consigue transmitir.
A continuación tenéis el tráiler final de I Dream Of Wires.
* Agradecimiento especial para mi amigo Pere Amengual (Pedro Trotz), por facilitarme el primer visionado de I Dream Of Wires durante una entretenida tarde-noche de finales de agosto en su acogedor estudio Ubik.
Buena reflexión sobre este documental también, Pablo. No cabe duda que la síntesis modular tiene unas posibilidades enormes, por no decir infinitas, y el trabajo de las firnas conocidas y desarrolladores puntuales están enriqueciendo un panorama que bien pudo desaparecer de no ser por la tenacidad de sus usuarios. Probablemente es imprescindible haber utilizado un modular para saber de qué se trata y para quedar atrapado en las redes de su mecánica.
ResponderEliminarComo programador empleo cualquier equipo que considere necesario en cada producción, pero no puedo evitar reconocer que al diversión de un modular no tiene comparación. Es admirable el trabajo de estos chicos por documentar este universo, cargando ellos dos con todo el proceso. El documental probablemente daría para más, y no me cabe duda que cualquiera estaría encantado de colaborar; unos por publicitar su marca y otros por divulgar sus proyectos, pero todos con el objetivo común de apoyar la cultura modular.
Espero que esto no signifique la desaparición de los sintetizadores digitales, porque una guerra de estas características no beneficia a nadie. Es más, saliendo del entorno modular, existen sintetizadores digitales cuya flexibildad para ser controlados vía sysex es tan grande que no se echan a faltar los paneles repletos de botonadura de los clásicos amalógicos.
Parece que el documental no está doblado ni siqueira subtitulado, lo que va a disuadir a más de uno. Estos detalles hay que cuidarlos porque suponen un inconveniente innecesario después de tanto trabajo.
Gracias Lethave!!!
ResponderEliminarEste documental me gustó pero con algunas reservas. Para empezar, cuatro horas son excesivas. Creo que la primera parte dedicada a la historia de los modulares está muy bien resuelta a pesar de contar con poco material y las entrevistas justas, pero la narrativa es diáfana. La parte de la escena actual se hace bastante pesada si uno no es un entendido, lo que lo hace caer en las redes del frikismo. Algo por otro lado comprensible.
No se trata tampoco de un documental de "fundamentalistas analógicos peligrosos". En absoluto. De hecho el propio Jason Amm (Solvent) antes del documental no había trabajado apenas con ellos (aunque su banda sonora del mismo hecha enteramente con modulares es excelente), y en el film aparece Danny Wolfers (Legowelt), que ni siquiera usa modulares y tiene opiniones al respecto que se apartan bastante de la corriente principal. Asimismo en el film aparecen varios módulos que son digitales. Por tanto, no te preocupes, no creo que el auge de la cultura modular vaya a significar la desaparición de los sintes digitales.
En cualquier caso es un gran trabajo, muy bien filmado, con la presencia de la mayor parte de los implicados en la escena y sin duda ha tenido un éxito más que considerable. Sin ir más lejos dentro de nada se estrena la versión de una hora y media destinada a festivales.
Por otra parte, piensa que el tema de los subtítulos y no digamos ya el doblaje encarece sobremanera cualquier producto en DVD, y más si como éste se publica con espíritu "indie" a través de una campaña de 'crowdfunding', y como es lógico no es una opción que se pueda contemplar. Imagino que si la versión de 90 minutos, que sólo recoge la segunda parte del documental, se exhibe en algún festival en España incluirá subtítulos.
Un saludo
Pablo/Audionaut
Muy interesante, gracias por compartirlo.
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